Estos días me persigue una sensación que creo que a muchos nos pasa cotidianamente: la falta de tiempo. Vamos barajando cada día diversas cuestiones rutinarias, y no tanto, que van armando el entramado de una vida a veces caótica, a veces tranquila y llena de matices que últimamente tiene más colores de los que venimos acostumbrados.
No me quejo, o trato de no hacerlo, ya que suele suceder que muchos de los quehaceres no son tan importantes o tan urgentes como para realizarlos si o si en el momento que los tenía planeados.
Con el correr de los días, en la vorágine de encontrar una solución, me fui dando cuenta que esto nos pasa a todos. Vivimos una vida a las corridas, nos ponemos muchísimas actividades en un sólo día con la ilusión de que, al final del día, vamos a tener todo realizado, todo acomodado y nos vamos a poder sentar satisfechos de todo lo que logramos realizar. A veces sucede, a veces no. Y cuando no sucede no hay que enojarnos con nosotros mismos, ni juzgarnos, ni entristecernos porque hay cosas que podemos manejar y otras que no.
El tiempo no espera por nadie, transcurre y se nos va escapando de las manos sin que lo podamos atrapar. ¿y que hacer entonces? Primero y principal calmarnos. Respirar y entender que somos humanos y que es natural que muchas veces no podamos realizar todo lo planificado, y que no está ni bien ni mal, es algo que sucede y hay que aceptarlo. Segundo, tratar de diferenciar lo urgente de lo importante. Hay cosas que pueden esperar, que no hace falta hacerlas ya, y que solo propician a elevar nuestro nivel de estrés si no las realizamos. Y por último, y no menos importante, regalar a nuestro espíritu y a nuestro cuerpo un ratito para nosotros. Meditar diez minutos, leer ese libro que venimos postergando, arreglarnos para vernos bien, hacer ejercicio o lo que sea que te eleve la energía. Conectar con nuestro corazón un poquito todos los días, esa es la clave para que todo lo demás se acomode. Si conectamos con nuestro corazón vamos a empezar a dar importancia a lo que realmente tiene valor y el resto lo vamos a ir dejando en segundo plano. Escuchemos lo que nos pide a gritos el cuerpo y el alma. Ellos nos van a ir marcando el ritmo hacia una vida más tranquila y llena de disfrute.
Bendiciones, te espero el próximo martes en este espacio que compartimos todas las semanas.
Brenda
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