Han sido semanas de mucho proceso.
Procesos de raspar, habitar y respirar.
Procesos de bajar a las profundidades,
de esos lugares en sombra.
Memorias de otros tiempos,
pero que siguen calando hondo.
Memorias que siguen vivas y palpitan,
como volcanes silenciosos y activos,
esperando pacientemente erupcionar.
Procesos que se dan piel adentro.
La respiración se agita, la garganta arde,
el cuerpo se tensa, lágrimas caen.
Piel adentro aún queda tristeza y dolor,
piel afuera relucen los colores.
_ ¿Cuánto se tarda en Sanar?
¿Qué se hace para que el dolor se esfume? –
reclama una parte adolorida.
_ ¿Lo reconociste, lo dejaste estar, le preguntaste que necesita,
qué quiere para vos? – me murmuran cerquita.
_ No! Solo quiero que desaparezca. ¡Estoy cansada de doler!
_ ¿Y si hablas con él?… Si algo aprendí de el Dolor,
es que sabe cómo hacerse escuchar, aunque cerremos los oídos.
Él siempre encuentra la forma de aparecer, aunque cerremos los ojos.
Se queda hasta ser mirado y escuchado.
A regañadientes lo dejo estar. Hay algo desorientado ahí.
_ ¿Cuál es mi lugar?! ¡No sé cuál es mi lugar! –
Grita una parte perdida.
_ Quédate ahí. Respírala, sentíla, estás protegida. –
me susurran cerquita.
Emerge el sonido de un latido.
PUM…PUM…PUM…
_ ¿Viene de adentro o de afuera? -Me pregunto, tratando de respirar.
Da igual, me dejo sostener.
Algo cambia.
_ ¡El lugar, ES…el que me doy a mí misma!
Es, donde me permito sentir con entrega.
Es donde me asiento, me enraízo.
Es donde dejo caer mis cansados huesos y regenero la piel.
Me detengo allí, tocó mi mano izquierda, sigo hasta la muñeca,
delineó con mis dedos líneas en colores.
La piel recuerda, tiene memoria.
Memorias de vida, tatuadas en el alma.
Me quedo ahí, tocando y sintiendo esa parte coloreada en acuarelas.
Algo explota en mi pecho.
Aparece un suspiro, el cuerpo se afloja,
la respiración se acompasa.
Ya no hay dolor, se hizo polvo de estrellas.
Nada que hacer, solo SER.